viernes, 25 de septiembre de 2009

Prólogo de septiembre

No se si algún día llegare a tener una legión de lectores que tengan alta estima por mis escritos; si eso no llegara a suceder, se que al menos cuento con dos fieles admiradoras. La primera es mi madre, Reyna de Leal, quien es tambien mi principal influencia no literaria por haberme apoyado siempre y haberme entretenido con con sus relatos; la segunda es mi preciosa, Naikee, el amor de mi vida y la única persona que ha entendido a plenitud mis relatos por leer con el corazón aquello que escribo con la cabeza.
En otra ocasión compartiré alguno de los escritos que debo a mi madre; pero este mes quiero compartir algo que es especial para mi como un regalo para mi preciosa: les comparto los primeros escritos que compongo basados en ideas cuya inspiración debo a Naikee. Espero sean de su agrado.

Cementerio

Nunca había visto a tantos muertos juntos en una misma habitación; nunca imagine que al entrar en aquella casa fuera a encontrar tanta mirada sin vida perdiéndose en el vacío.
Por un momento pensé si acaso no habrías perdido la razón y te dedicaras al extraño hobbie de coleccionar cadáveres. Entonces vi que aquellos muertos no eran cuerpos inertes, que podían caminar y andar por la calle como si estuvieran vivos… pero estaban muertos, yo lo sé; yo sé que aquellas personas en tu casa estaban muertas, me lo decían su mirada y su errático andar por este mundo, me le decía esa sensación a muerte y cementerio, esa aprehensiva desesperanza que los embargaba. Estaban muertos, sólo que ellos no lo sabían… no se daban cuenta de las bendiciones que les rodeaban, solo se aferraban a sus llantos, sus quejidos y sus lamentos.
Y en medio de todo aquella pena y tristeza, en medio de todos aquellos occisos pletoricos de tristeza, estabas tú... como una flor puesta sobre una tumba, apenas con vida. Allí estabas tú, resistiéndote a ser arrastrada hacia la fosa, llenando el espacio con un hálito de vida que apenas se sostenía. Allí estabas tú, rosa preciosa, atreviéndote a ser feliz en medio de aquel panteón... y yo te ame por ello.

Bessy

Estaba lloviendo cuando llegue al hotel. Esperaba que hiciera frío, pero no tanto como esta haciendo esta noche. Un gélida y fina lluvia cae sobre la ciudad, salpica los vidrios del amplio ventanal que se extiende de pared a pared en el lado occidental de mi habitación. Lo bueno es que Bessy ya esta aquí, tendida sobre la cama; supongo que algo de su calor me ayudará a sobrellevar el frío de esta noche.
Que me haya tocado viajar con tanta frecuencia a estas australes latitudes no es algo que sea totalmente de mi agrado. Mucho menos es del agrado de mi esposa, pero son cuestiones del trabajo y no queda otra opción; ella entiende eso y en algo le ayuda a sobrellevar las noches en que el trabajo me aleja de su compañía. Hay obligaciones que cumplir y a la larga te acostumbras, aunque no termine de gustarte; solo es que el sentimiento de desplazamiento y desarraigo no se borra por más que ya tengas lugares comunes y personas con quienes salir o charlar. Lo bueno es que Bessy siempre esta allí para mi cuando salgo de viaje, siempre fiel para que yo no sienta la extrañes de una cama solitaria.
Coloco mi compacta maleta sobre los pies de la cama y le lanzo una mirada indiscreta mientras ella yace con coqueta desfachatez sobre las almohadas.
- Bueno, al menos tu ya estas instalada. Le digo. – Ahora deja que saque mis cosas y me instale yo.
Busco en mi billetera la llave que abre el candado de mi equipaje y me preparo para desempacar. Menos mal que había empacado ajustado y nada se ha movido de su lugar. Saco primero las dos chaquetas y me dirijo al pequeño closet de la habitación donde utilizo un par de perchas para colgarlos adecuadamente. Luego extraigo mis implementos de limpieza personal y los traslado al cuarto de baño; allí los coloco sobre la larga loza donde descansa el lavamanos y compruebo que hay suficientes toallas limpias como para todos los días de mi estancia. Regreso para trasladar las camisas y pantalones hacia el pequeño closet, teniendo cuidado de dejar a mano aquellas prendas que utilizare al día siguiente. Luego coloco los zapatos en el suelo del closet e introduzco en la cajilla de seguridad todo aquello que no me sera necesario en los días que estaré por aquí pero que sera de gran valor cuando regrese (boletos de avión, identificación, dinero).
Una vez acomodadas mis cosas me descalzo para descansar los pies… se siente tan bien estirar las piernas después de pasar tantas horas sentado en el avión. Volteo a ver a Bessy y su mirada parece reírse de a la vez que me invita a ir a la cama. Creo que es justo ir a acostarme junto a ella… pero antes debo hacer algo. El reloj digital al lado de la cama indica las once de la noche, hora local; justo la hora a la que dije que me conectaría.
Saco de mi equipaje de mano la computadora portátil, herramienta imprescindible de trabajo cuando toca viajar, y me acomodo en el mueble frente a la cama que sirve tanto como modular para la televisión como de escritorio. Enciendo la computadora y esta tarda unos minutos en conectarse al Internet inalámbrico del hotel; conecto a la misma el Headset para hablar telefónicamente vía Internet y busco el usuario de mi esposa. El programa empieza a marcar y no tardo en distinguir su voz que me saluda desde el otro lado del ciberespacio.
- Hola, mi amor. ¿Llegaste bien?
- Gracias a Dios sin novedad y en tiempo, mi amor. ¿Como están los nenes?
- Ahora están durmiendo. Se han portado bien y ya te echan de menos.
- Les mandas un beso de mi parte y les dices que los quiero mucho.
- Yo también te extraño, sabes que no me gusta que me dejes sola tanto tiempo… pero ni modo, tienes que trabajar.
- Yo también te extraño, mi amor. Pero solo serán un par de días y pronto ya no tendré que viajar tan seguido.
- Yo se, mi amor... eso me consuela. ¿Ya te vas a acostar?
- Ya, mi amor… estoy cansado del viaje. Te mando un beso fuerte y espero que pases una buena noche. Por mi no te preocupes... Bessy esta aqui.
- Hay la abrazas duro, como si me estuvieras abrazando a mi. Te cuidas y hay trabajas duro mañana. Voy a estar esperando que te conectes de nuevo cuando salgas de la oficina.
Una vez cerrados los programas, cortada la conexión y apagada la computadora, me doy vuelta y veo a la coqueta Bessy tendida sobre la cama. Antes de darme cuenta me encuentro nuevamente hablándole a la vaquita de peluche que mi esposa ha guardado consigo desde que fuera niña y que envía conmigo cada vez que salgo de viaje… solamente para que tenga algo de ella conmigo.
- Bueno, Bessy, vamos a dormir. Tu has estado con ella durante mucho tiempo y durante todo ese tiempo la has cuidado. Ahora cuídame a mi para que pronto este de vuelta en sus brazos… porque no importa donde, no importa como, volver a sus brazos es volver a mi hogar.

miércoles, 29 de julio de 2009

Prologo de julio

Hace un mes fue mi cumpleaños numero 28. Es la edad a la que murio Kurt Cobain, Jim Morrison y, si no estoy mal, Alejandro Magno; todos ellos vivieron rapido y murieron jovenes, pero dejaron un gran legado... imagino que como ellos deben de haber muchos más.
Viendo hacia atras veo que que si bien he tenido pequeños logros a nivel personal no he hecho nada que tenga un impacto significativo para la sociedad. ¿Significa esto que he desperdiciado mis 28 años de vida en este planeta? Talvez sea que, sencillamente, mi labor va a tomarme mucho más tiempo; ya lo decia un amigo mio, esto de ser escritor es profesión de viejos... espero en Dios que asi sea. El tiempo y la historia nos diran, aunque ya no estemos fisicamente para verlo, si hemos triunfado o fracasado en el intento.
Mientras tanto no queda sino esperar, pero la espera debe ser activa y no de brazos cruzados, como suele decir Eduardo Salazar (mi compañero de Comunidad Solidaridad). Respecto de la espera, este mes comparto un poema de despecho y dos relatos que espero sean de su agrado.

Te esperé

Hoy, todo el día te esperé.
Te esperé en las mismas calles
que juntos soliamos recorrer,
te espere en atrios, en portales,
en los centros comerciales,
y la gente parecía ignorar
el dolor de mi tonto caminar.

Mañana, tarde y noche te esperé;
te esperé en tantos restaurantes
junto a tantas tazas de café,
te esperé entre sueños y recuerdos,
harto de verte en cada rostro
y cansado de clamar tu nombre.

Te esperé durante mucho tiempo,
más allá del límite de la paciencia,
más allá del límite de mi ser...
Pero ya no habré de hacerlo más.

Ahora ya no te espero, ya no más,
ya no me importa lo que hagas;
ven por mí, si así lo quieres,
ven a buscarme al lugar de siempre
si algún día quieres volverme a ver.

lunes, 27 de julio de 2009

Obituario

La vida (si es que aún se le podía llamar así a este trozo de existencia) se ha tornado tan corriente y rutinaria.
Ya hace algún tiempo que el pánico lo invade cada vez que el despertador suena por las mañanas; ahora, esa loca espera de lo inevitable le hace cada vez más difícil tomar la decisión de apartar las viejas sábanas, salir de la desvencijada cama y dirigirse a la ducha para que el agua fría escupida por la oxidada cañería lo devuelva a la cruda realidad. Como ya es su costumbre, da inicio a la rutina de combinar las ahora escasas prendas de ropa, vestirse con cuidado para que la camisa no pierda la apariencia de impecable planchado, pasar el cepillo a los zapatos hasta sacar a los mismos un brillo aceptable y anudar la corbata (siempre usa corbata) aunque después afloje el nudo para no sentirse aprisionado por la misma. Y mientras realiza aquel ritual de arreglo personal repasa algunos de los últimos incidentes, sobre todo piensa en uno que le trae especiales preocupaciones: la noche anterior la casera se ha puesto necia sobre las mensualidades atrasadas y le ha dado un últimatum.
Ya lleva él algunos meses con aquella existencia de ermitaño, escondido en lo más recóndito del centro de la urbe y, aunque aún puede disponer de algunos fondos, no es prudente gastar el dinero en demasía, aunque cubrir el alquiler debiera de tener cierta prioridad... al menos de estas cuestiones básicas debe cuidarse. Sin embargo, a pesar de estar consciente la necesidad de aquel discreto escondite ahora que los antiguos amigos le han dado la espalda y no tiene a donde ir, ha procurado extender al máximo el crédito que la dueña de la casa se había visto obligada a concederle. Qué se joda la señora de la casa y espere todavía un poco más por el alquiler.
Pensándolo mejor, incluso el ser tan cuidadoso con el dinero parece estúpido. En esta situación no tiene ya importancia ni el ahorro ni la acumulación de bienes, pero la economía (al igual que el buen cuidado personal) es un hábito adquirido que ya no puede dejar atrás.
Toma su vieja chaqueta y, con cuidado de no hacer ruido al cerrar la puerta de su pequeño y miserable cuartucho, sale al pasillo y procede a bajar con cautela las escaleras, luego se dirige a la puerta de salida procurando no encontrarse con la casera.
Sin abrir por completo la puerta, se asoma con cuidado a la calle y revisa que no venga nadie sospechoso por la acera, tal y como hace todas las mañanas mientras la ciudad despierta a su agitado trajín. Tras unos segundos de vigilar a las figuras ya conocidas y desconfiar de las desconocidas, escurre todo el bulto de su cuerpo fuera de la casa de huéspedes y enfila hacía la esquina, allí un vendedor de diarios desamarra los fardos de papeles recién dejados por los camiones repartidores de los diferentes medios escritos.
Al llegar frente al vendedor introduce su mano al bolsillo y saca un par de monedas, pide al vendedor una copia del diario de mayor circulación que, por consecuencia de su éxito comercial, suele tener mayor cantidad de anuncios que los otros para suplantar la ausencia de verdaderas noticias. Después de todo: ¿Qué pueden publicar los diarios que fuera verdaderamente novedoso?
Una vez pagado el diario se salta las páginas hasta la sección de obituarios y recorre cada uno de los nombres consignados en aquella lista de personas fallecidas. Revisa los recuadros de las notas de defunción por segunda vez y siente una tranquilidad indescriptible al comprobar que su propio nombre aún no figura allí. Entonces exhala un suspiro de alivio y piensa que puede, al menos, vivir este día con calma. La orden aun no ha sido dada.
Dejando atrás al vendedor inicia su caminar sin rumbo a través de la ciudad para pasar el día vagando hasta que la noche llegue y no quede más que regresar al cuartucho en la casa de huéspedes a esperar otro amanecer, para ver como pasa el tiempo mientras llega el momento en qué vengan a matarlo.

La Espera

“Estén vigilantes, porque no saben
cuándo regresará el dueño de casa.”
Mc.13-35


Cinco y media de la tarde. Aun es temprano y el parqueo del restaurante esta casi vació por lo que encontrar un buen lugar no es cosa difícil. Se supone que la cita es a la seis, he llegado media hora antes de lo acordado; tendré que esperar un rato a que llegue mi amiga.
Algo me inquieta, ese guardia de seguridad parado a la entrada del restaurante parece verme de una forma extraña. ¿Será que me habré parqueado mal? Parece que no. Lo mejor será pretender no haberme dado cuenta de aquella extraña vigilancia y actuar con toda la naturalidad posible, incluso saludar al dichoso guardia cuando pase a su lado. Sin embargo no fue necesario esperar, el guardia se acercó para hablar primero.
-Buenas tardes, caballero. ¿Usted espera a alguien?
-De hecho, si.
-Usted disculpe. Es que hace poco paso un señor ya mayor pregunto si no había venido un joven delgado, algo alto, con lentes, en un auto azul... ¿No es a usted a quien buscaba dicho caballero?
La descripción dada por el guardia encajaba con mi descripción… pero seguramente tambien encajaba con la descripción de muchas otras personas.
-Pues, para ser sincero, si tengo que reunirme con alguien, pero no es con ningún señor... es con una amiga.
-Bueno... disculpe usted la molestia, joven.
-No se preocupe. Buena tarde.
No podía negar que se sentía algo extraño con aquella situación. No dejo de pasar por su mente que tal vez alguien si lo estuviera buscando y él no lo supiera... claro que aquella suposición resultaba ridícula.
Ya dentro del restaurante busco una mesa para dos en un lugar apartado, un espacio discreto sin estar escondido. En una mesa cercana descansaba una edición del periódico de aquella mañana; a falta de algo mejor en que matar el tiempo decidí repasar las noticias. Pasando las páginas me parece tonto leer el periódico de la mañana a esta hora de la tarde; de por sí al momento de ser impresas esas noticias ya habían dejado de serlo, se habían convertido en parte de la historia… así de efímera es la vida humana. Nada novedoso entre aquellas páginas: guerras, odio, hambre, corrupción, violencia, crisis economica, avances tecnologicos… es como si la ancestral historia de la humanidad se repieta dia tras dia.
Después de revisar los encabezados y releer las noticias que habían llamado mi atención consulto de nuevo el reloj. Cinco minutos para la seis. Conociendo a mi amiga es probable que no se aparezca por aquí sino hasta uno minutos después de la hora acordada; aun tendre que esperar un buen rato. Tal vez sea mejor ordenar una taza de café, un capuccino, para entretener los minutos que quedaban por esperar.
Cuando el café llegó ya pasaban de las seis de la tarde. Esta mala costumbre de llegar siempre temprano a las citas en este país donde todos acostumbran llegar siempre tarde.
Mientras el humo del café se eleva para perderse en el aire, me entretengo observando a través de la ventana del restaurante. La hora pico del transito. Más allá del marco de la ventana se extiende el pequeño estacionamiento en donde, entre otros, descansa mi auto; más allá corre un pequeño muro a cuyos pies crece una paupérrima línea de grama; más allá corre la acera de la calle y sobre ella corren varias docenas de personas, otras tantas esperaban de pie en la esquina donde parab los buses del transporte urbano. Supuse que entre aquel mar de gente podria adivinar el rostro bañado en sudor de mi amiga que se apresuraba en llegar a nuestra reunión, pero no logre vislumbrarlo entre la multitud; tal vez sea buen hora para llamarla y comprobar que este en camino.
Escucho el teléfono timbraba al otro lado de la linea, los timbrazos se repeten pero nadie responde. Que extraño.
El capuchino se enfria lentamente en la taza, las páginas del periódico se han agotado y cada vez menos gente pasando a lo lejos. Pasan los minutos de la espera. Una hora llevo ya en este lugar. Empiezo a preguntarse si vale la pena seguir esperando a la dichosa amiga que ni se apare, ni llama para avisar sobre su atraso, ni responde al teléfono. Es como si se escondiera, como si no fuera a aparecer. Bueno... después de todo, fui yo quien concerte la cita. Lo lógico es que sigua esperando otro rato y ver en que entretengo la mente.
Por las bocinas instaladas discretamente en el cielo falso del restaurante se escucha la música de la misma estación de radio que sintonizan en la oficina donde trabajabo. Todos los días escucho, involuntariamente, aquella estación, al punto que ha terminado gustándome la música ochentera que allí transmiten. No es mala compañía mientras sigo sentado en esta mesa de restaurant otro rato.
Transcurren más de quince minutos, minutos se han acumulado a la anterior hora de divagaciones. Son casi las siete, debo entender que mi amiga no asistirá a esta informal reunión. Posiblemente me llame por la noche para disculparse, entonces tendré que hacerme el ofendido durante un rato para terminar aceptando reunirme con ella otro día. Para qué preocuparme más.
Me disponía a regresar a su casa cuando un caballero se sentó a mi mesa, enfrente de mí, con la soltura y confianza de alguien a quien se espera con ansiedad.
-Buenas tardes, espero que perdones la tardanza.
Quede inmutado por unos segundos. No me parece conocer a este caballero de cabello cano y fuerte complexión que se sienta frente a mí. Las facciones me recuerdan a aquellos artistas españoles, o de ascendencia española, que solía ver en las viejas películas a blanco y negro. Sin embargo, y a pesar de todo lo que pudiera recordarme aquel fuerte anciano embutido en su bien cortado traje gris, no me pareció haber visto antes a aquel hombre.
-¿Disculpe...?
Terminando de acomodarse en la silla el anciano me lanzo una mirada que parecía decir muchas cosas y que en realidad no decía nada. Entonces volvió a hablar:
-Espero que no estés molesto por la tardanza. Ya sé que me tarde un poco... bueno, tal vez si me tarde bastante... lo importante es que aquí estoy.
-Disculpe, caballero... en realidad yo esperaba a una amiga. Tenía una cita con ella aquí pero no se ha aparecido. ¿No me estará confundiendo con alguien más?
-No, no es asi. Creo que tú eres quien esta confundido.
-No entiendo.
-¿Que acaso no has sido tu quien ha llamado por mí? ¿Que no eres tú quien me ha pedido venir tantas veces? ¿No has sido tu quien ha estado dispuesto a tanto desde hace tanto tiempo?
Fue como si me fulminara un rayo, como el cielo entero hubiera caído sobre mí y me aplastara contra la silla. ¿Qué importaba todo lo demás? ¿Qué importaba cualquier tonta cita, cualquier tonta espera? ¿Qué importaba todo el tiempo y todo aquello que me habia tocado vivir? Todo había sido una excusa, allí estaba aquello por lo que tantas veces había pedido. La espera de toda una vida había terminado.
-¿Entonces, estas listo?
-No estoy seguro.
Una sola frase salió de sus labios antes que ambos salieramos del restaurante, una sola frase me hizo salir en pos de los pasos del anciano, una simple frase, un simple: “Ven. Levántate y sígueme.”

viernes, 12 de junio de 2009

Prologo de junio

En la canción Road House Blues canta Jim Morrison en un verso: “El futuro es incierto y el final esta siempre cerca”. En esta publicación de junio trato sobre esas dos circunstancias que la canción de The Doors relaciona: la incertidumbre y el final, sobre la tentacion del tener que decidir en incertidumbre y el temor que nace de la certeza del final a traves de dos poemas sobre los personajes que en nuestra idiosincracia cristiana representan a la tentación y el final.
Publico estos poemas en detrimento y con el perdon de Baudelaire y The Misfits, que con sus obras inspiraron dichos escritos; el enfoque es distinto pues ellos exhaltan al demonio y la muerte como forma de rebelion, yo escribo estos versos como oraciones de exorcismo para resistir a su tentación.

Letanias de Satán

Oh, Satán, príncipe de las sombras,
gobernante de la oscuridad del corazón;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que traes tras las alas del mundo
todo el oro, todo el poder y todo el placer;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que permaneces siempre oculto
y vedas ante los ojos la verdad;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, ladrón del fuego de los cielos,
que truncas con luz la eterna búsqueda;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que susurras bajo al oído
señalando el tortuoso caminar;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que embates contra mi carne
cual olas enfurecidas en pleamar;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que duermes bajo el árbol del saber
maldiciendo frutos antes bendecidos;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, que no prestas nunca atención
al incesante y doloroso ruego;
¡Ten piedad de nosotros!

Tú, ángel caído en eterna rebeldía,
que te divides en contra del Padre;
¡Ten piedad de nosotros!

Oh, Satán, señor de miserias
que reinas por sobre la noche,
escúchanos.
Oh, Hijo nacido de todo mal
y que vienes contra el escogido,
oyenos.
Oh, Espíritu Inmundo, ancestral,
que todo lo atas a la perdición,
ten piedad y misericordia de nosotros.

Perdona, oh príncipe de las tinieblas,
nuestras humanas debilidades
y antes líbranos de tu tentación;
Amen.

Thanatos

Una última caricia,
oh dulce Muerte,
para este minuto final
en que nada importa ya.

Una última caricia
antes de partir
para abrirte los brazos
y recibirte sin temor,
para ofrecerte mi boca
y esperar el frío beso,
oh dulce muerte,
con que digo adiós.

martes, 19 de mayo de 2009

Prologo de mayo

Fue hace algunos años cuando surgió la idea de esta recopilación, cuando el Colectivo Literario Histeresis se encontraba en pleno auge de sus actividades, la época en que nos reuniamos mensualmente a compartir y haciamos frecuentes lecturas de poesía. La idea era que cada miembro recopilara sus escritos en uno o dos libros que autofinanciaría y que con esas armas bajo el brazo nos lanzaramos a una quijotada; al final solo tres compañeros lograron publicar: Quique Soria, Renato Buezo y don Rodrigo Nieves; los giros de la vida nos hicieron dejar el proyecto de lado... por el momento. Pero muchos nos quedamos con algo avanzado en nuestro primer intento de un libro; otros miembros del grupo ya estaban aprestando las municiones.
Lo que presento en esta publicación de mayo es parte de los escritos que componían mi propio intento. El libro estaría complementado por 21 poemas que utilizan metaforas cósmicas para plantear situaciones existenciales (que tal vez incluya en otra ocasión) y otros dos relatos: Constructores de Píramides (que se incluye en mis publicaciones de enero 2009) y En el principio (que les compartire en proximas entregas).

Los aztecas

Sentí sobre mí la pesada mirada del profesor, entonces salí de mi letargo para darme cuenta que me señalaba con su dedo y me llamaba para pasar al frente. No pude haber sentido mas temor. Yo que me había arrebujado tratando de ocultarme para que no me llamara al frente del salón sólo había conseguido llamar su atención.
Ahora era mi turno de pararme frente a todos y tratar de responder a una pregunta cuya respuesta de seguro no conocía pues no había tocado los libros de historia en toda la noche por estar embebido en las estrellas que dibujaban su propia historia en los cielos. De seguro sacaría un enorme cero como premio a mi pereza y falta de aplicación en el estudio.
-Vamos a ver -dijo el profesor-, ¿que me puedes decir acerca de la historia de los aztecas?
No sé cómo pero empecé a hablar. Era como si supiera todo acerca de los aztecas, desde su partida de las tierras de Aztlán hasta su asentamiento en el gran lago de Tenochtitlán donde erigieron su magnifica ciudad flotante bajo el dominio de Azcapotzalco para luego convertirse en un eficiente imperio militar que fortalecieron mediante alianzas con los señoríos de Texcoco y Tacuba.
El profesor no podía creerlo, yo mismo no podía creerlo. Sólo respondió a mi exposición con una simple frase:
-Muy bien, tienes la nota mas alta. Puedes volver a tu asiento, Moctezuma.

Una noche de invierno en el hemisferio norte

La noche fue agitada y aún parece no querer terminar. La cita se ha extendido hasta horas de la madrugada. El reloj marca las dos y la oscuridad de la noche los cubre mientras el auto avanza cortando la tranquilidad de las calles, como un haz de luz entre las tinieblas, como un bólido solitario entre los parpadeantes luceros de los semáforos en intermitente.
La noche fue agitada, la música no se detuvo y los cuerpos bailaron bañados por las luces que brillaban en el cielo falso del local cual si fueran estrellas artificiales, ahora el cansancio los embarga y viajan a bordo del auto en el cual la llevará a casa para que luego él pueda retirarse a descansar.
Unos minutos después el auto se detiene frente a la casa de ella y a sus labios escapa aquella trillada frase:
-Mira que bella esta la noche, pueden verse todas las estrellas.
-Espera, te mostraré algo.
Parándose detrás de ella la hace levantar la vista para apreciar el cielo que en aquella calle poco iluminada se muestra en todo su esplendor.
-Mira –le dice mientras señala hacía el centro del cielo-, esa constelación se llama Orión, el cazador.
“En las noches de invierno Orión domina los cielos del hemisferio norte y sirve de guía para ubicar otras estrellas. Las estrellas del centro forman el cinturón de Orión, aunque algunos las llaman Las Tres Marías. La de la esquina, la brillante, se llama Betelgeuse y es cuatrocientas veces más grande que nuestro sol. Si alineas Betelgeuse con las estrellas del cinturón señalan a aquellos dos puntos brillantes: son Pólux y Castor, las cabezas de Géminis. Ahora, si alineas las tres estrellas del centro señalan a otra estrella ubicada a la derecha: esa es Aldebarán, el ojo de Tauro. Y más atrás, sobre el lomo de Tauro, hay un punto brillante, son las Pléyades; los griegos las llamaron así en honor a siete hermanas mitológicas, aunque son más de siete estrellas... en realidad es un cúmulo de doscientas cincuenta estrellas incubándose en una nube de gas. Otros las llaman El Rosario.
-¿Cómo es que sabes todo eso?
-Siempre me ha gustado observar las estrellas, desde que era niño. Mira y dime si no descubres algo nuevo en cada mirada.
-Lo qué veo es el milagro de la creación, que hay algo allá afuera que es tan grande que escapa a nuestra comprensión.
-Es como si en la profundidad del espacio se ocultara la respuesta a todos los misterios.
-Pero no es sólo el cielo, mi amor. También aquí percibo el milagro de la creación. Cierra los ojos, pon tu mano en mi pecho y siente el latir de mi corazón; siente como el aire entra por tu nariz e inundar tus pulmones, siento el frío viento acariciándonos el rostro... es como si todo nuestro ser vibrara con la misma fuerza que hace latir a las estrellas; dime si no es bello el milagro de poder despertar vivo cada día, dime si no es bello el milagro de compartir todas estas estrellas esta noche.
-Si, mi amor, es verdad. Pero más grande es el milagro de poder compartir todas las noches y todas las estrellas contigo.
-Entonces dejemos de entretenernos con las estrellas que se hallan tan lejos; mejor disfrutemos el milagro de amarnos aquí y ahora... y que el universo siga girando si se le da la gana.

A través de la noche

Sábado por la noche, una de esas noches en que no importa que no nos quedemos dormidos sino hasta tarde, hasta la madrugada... no importa, mañana ninguno de los dos tiene por que levantarse temprano y hoy podemos no dormir si se nos da la gana.
Regresaste tarde del trabajo, estabas cansado y (como suele pasarte en esos agotadores días de fin de mes) no tenías ganas de cenar, al menos nada que fuera pesado... para mí era mejor, no tenía muchas ganas de cocinar. Lo único que querías era recostarte, descansar y ver un poco de televisión mientras dormitabas sobre la cama; yo sabía que (como suele pasarnos en esos agotadores días de fin de mes) lo que menos íbamos a hacer era dormir.
No hace una hora que estamos acá, tú y yo sobre la cama, a media luz mientras la televisión emite figuras cuyo resplandor danza por las paredes de la habitación. No hace una hora, tú y yo sobre la cama, tus labios sobre los míos, tus manos sobre mi cuerpo, mientras esa película que ya hemos visto antes (y que esta vez volvimos a ver porque no había nada más interesante) sigue proyectándose en la pantalla. Otra vez amándonos de esta manera, liberando el estrés de la rutina a través de esta entrega... otra vez muriendo bajo el peso de tu cuerpo mientras te clavo las uñas en la espalda, amándote a través de la noche. Luego el sueño.
Apagada la televisión, apagada la luz y apagada la pasión; descorridas las cortinas, sólo ilumina la habitación la luz de la luna que penetra por la ventana. La luna, esa luna que veo desde el lugar donde estoy recostada, con mi cabeza sobre tu brazo, esa luna que juega a esconderse tras las nubes como la mujer caprichosa en ropa interior que tienta a su amado insinuando su belleza sin mostrarla por completo. Esa luna, ese astro que me recuerda las veces en que te espero con esa coqueta ropa interior de encaje que tanto te gusta, esas veces en que jugamos a no ser más que amantes. Pero no importa, incluso la luna no importa... solo importa que te tengo a mi lado.
Puedo sentirte, sentir tu respiración sobre mi cabello revuelto y tu boca tan cercana a mi cuello. Puedo sentirte contra mí, tu cuerpo contra el mío, tus brazos rodeándome y tu mano sobre mi vientre presionando con dulce sutileza. Puedo sentir tu calor y saberme segura entre tus brazos, sentir que puedo ser quien soy sin tener que fingir nada, sin tener que ocultar nada porque para ti no hay nada sobre mi que sea secreto. Puedo sentirme tan bien estando contigo.
Entonces me doy vuelta, me doy vuelta para poder abrazarte, para poder estrecharte con fuerza y clavarte un beso grande en la boca, para jugar con el cabello de tu nuca como siempre me ha gustado hacerlo. Entonces despierto. Te busco sobre la cama y no te encuentro, busco tu calor y no lo siento. Descubro que estoy sola en la habitación y que todo lo anterior no fue más que un sueño. Entonces recuerdo. Recuerdo que no estas, que te has ido.
Es cierto, casi lo había olvidado... te fuiste. No es que quisieras irte pero tuviste que alejarte, no es que quisiera dejarte ir pero tuve que hacerlo. Ahora esa dulce sensación de estar entre tus brazos no es más que un lindo recuerdo porque tu no estas, me dejaste... te he perdido.

Una sábana hecha de firmamento

Ya es de noche. El cielo se pinta claro y despejado, todo de un tono azul oscuro que da paso a las hermosas estrellas que con su luz alumbran el firmamento. A lo lejos, en un apartado rincón, se escucha salir una pequeña melodía arrulladora interpretada por un grillo enamorado que le canta a la luna. Los sueños comienzan a cobrar vida.
“Buenas noches, hijo. Que sueñes con los angelitos.” Los niños comienzan a soñar su cuento favorito, otros empiezan a crear sus propios cuentos. “A la cama, niño, recuerda que mañana tienes que levantarte temprano para ir a la escuela.”
Pero un poco más allá, en medio de aquella hermosa noche, se encuentra otro niño. Este no tiene mamá, ni quien le cuente una historia o le cante una canción de cuna, no tiene una cama donde reposar o una pequeña sábana con la que se pueda cubrir del frío. Este es el niño más querido de las estrellas y el ser infinito esta noche llora por él, y le tendrá como sábana todo un firmamento y su canción de cuna será interpretada por aquel grillo enamorado de la luna.

domingo, 18 de enero de 2009

Resurrección

¿Por qué no me crees cuando te digo qué estoy vivo? ¿Por qué dudas de la palabra de tus hermanos cuando te dicen qué me han visto y han comido conmigo a mi mesa?
El que ves frente a ti no es un fantasma, es de carne y hueso aquel a quien tienes ante tus ojos. Muchos podrán creer qué he muerto porque han visto mi cuerpo escarnecido, pero no es así; he vuelto del valle de las sombras y de nuevo camino por la tierra, recorriendo caminos tantas veces acariciados por las ampollas de mis pies. ¿Acaso no puedes verme de pie ante tu puerta mientras llamo a la espera que me dejes pasar dentro? ¿Acaso no puedes verme en los rostros de todos aquellos qué te rodean? Aquí estoy yo, hollado, herido de muerte... pero más vivo qué nunca.
Cierto, cada miembro de mi ser ha experimentado el doloroso golpe del aguijón de la muerte; cada aldea, cada casa, cada familia, cada hombre... todos han sentido el acero de la espada y en todos ellos estaba yo. En cada viuda, en cada huerfano, en cada martir sacrificado regar la tierra con su sangre... en todos ellos estaba yo. Pero, aunque aquellos qué buscaban mi cabeza creen haber terminado con mi vida, yo seguiré recorriendo estos senderos de piedra por los siglos de los siglos; siempre qué haya esperanza yo seguiré aquí.
Puede qué alguna vez pensarás qué estaba muerto, pero no es así... nunca he muerto, siempre he vivido en el dolor y la alegría de mi pueblo. Ven a tocar las heridas en las palmas de todas mis manos, en la planta de todos mis pies, en todos mis costados; aqui estan los agujeros de los clavos, las heridas de la lanza... mete el dedo en ellas para ver qué son reales, déjame mostrarlas como evidencia de qué no soy un fantasma... que estoy vivo aún y aún más que antes.

Constructores de Pirámides

“La historia la hacen los pueblos,
quienes la escriben son los dueños
de la historiografía y del poder global.”
Francisco Márquez

Mi nombre, aunque no importe mucho, es Nefertis; soy jefe constructor y dirijo esta obra, este pequeño milagro solicitado por mi Faraón y que miles de hombres construyen con entrega y paciencia. Yo soy el capataz de todos aquellos que durante la inundación del divino Nilo abandonan los campos para laborar en esta magnífica obra, pero quien soy y quienes trabajan bajo mis órdenes son cosas que, como ya dije, no importan. Sólo importa la pirámide.
Piedra tras piedra, hombre tras hombre. Cortados en las canteras de esta rocosa meseta cada enorme bloque es acarreado sobre las brillantes arenas del desierto para ser colocado en el lugar que ocupará hasta el fin de los tiempos. Con calma y buen cálculo hemos nivelado y alineado la tierra del desierto para asentar sobre él la gran pirámide que mi señor ha mandado construir; todo ha sido escrupulosamente calculado, planeado según las indicaciones de los cuerpos del cielo para que (tras su muerte) la morada del cuerpo de mi señor imite su morada celestial, de esa forma alcanzará la gloria al lado de Isis y Osiris.
Y pasarán los siglos, pasará el tiempo y los hombres recordarán el nombre de mi señor; entonces él verdaderamente alcanzará la inmortalidad ofrecida por los dioses. Pero nadie pensará en nosotros, los verdaderos constructores de esta magnifica obra... pero así es como debe de ser.
Pasará el tiempo sobre la tierra, el viento barrerá las arenas, otros hombres vendrán de lejanas tierras y admirarán la pirámide. Esos hombres no entenderán que cada bloque ha sido unido al otro con sangre. Y aunque mi nombre no sea tan importante como el de Keops puedo decir que está escrito con sudor en todas esas piedras, de la misma forma en que está escrito el nombre de todos aquellos que las han arrastrado y colocado en su lugar.
Por que no es Keops quien construye la pirámide, sino nosotros, el pueblo sobre el cual descansa el poder del Faraón.

Plinio, El Joven

A Cayo Plinio Cecilio Segundo
Tribuno Militar de Siria

Querido Plinio:
Me es grato tener noticias vuestras después qué por tanto tiempo guardaras silencio. Soy consciente qué vuestras actividades como sacerdote del culto del Emperador y luego vuestro nombramiento para servir a la gloria de Roma en aquellas lejanas tierras os han mantenido ocupado; pero, si he de ser sincero, me hacía falta tener noticias de vuestra persona.
He leído con atención las cartas qué me habéis enviado y debo decir qué no tengo nada qué reprochar en la forma en qué habeís escrito vuestra crónica... excepto qué lo qué en ella describís me parece muy difícil de creer. No es qué desconfíe de vos, no me atrevería siquiera a sugerir tal idea. Mucho tiempo conocí a vuestro tío, Galio Plinio Segundo (incluso he tenido oportunidad de revisar parte del extenso tratado qué dedicó a nuestro tan querido y fallecido Emperador Tito) y por la amistad y confianza depositada en su persona y qué habéis heredado junto con todo lo qué era de él, no me atrevería a dudar de tu palabra. Es sólo qué todo lo qué expones es algo difícil de creer.
Con respecto a esto, y por si no os lo había dicho antes, lamento tanto como vos la muerte de tu querido tío en Estabiae; pero fuera de acompañarte en tu dolor, celebrar tus nuevos triunfos y aconsejarte como siempre lo he hecho, poco puedo hacer con estas cosas qué nos cuentas.
Claro, vos estabais allí. ¿Por qué dudar de tu palabra? Yo no tengo razón para hacerlo; pero creo qué pocos de nuestros conciudadanos tengan animo para creer lo qué cuentas. A muchos no les parecerá posible qué los Dioses permitan tal tipo de acontecimiento; incluso, a muchos les costará creer qué dichas fuerzas existan fuera de otro lugar qué no sea el Etna. Además debéis considerar qué muchas malas noticias han recibido los romanos en los últimos años lo qué los hace más propensos al circo y otras distracciones por el estilo qué a relatos como el qué vos realizáis sobre la destrucción de Pompeya y Herculano.
Tal vez después las gentes del pueblo romano estén más dispuestas a prestar atención a estos escritos vuestros. Si gloria y fama buscáis continua como hasta ahora al servicio del emperador y de Roma, seguid componiendo hermosos versos y continuad por el camino de la oratoria tan bien como hasta ahora; incluso, dedicaos a labores de noble estudio como lo hizo el otro Plinio. Quien sabe, y en un futuro a este tipo de horrores qué describes se les llame Plinianos... aunque no puedo asegurar desde ya qué os agrade la idea de asociar vuestro nombre con sucesos de tanta destrucción como la qué relatáis.
Espero escribíros pronto con noticias de lo qué sucede por estas tierras. Me despido quedando siempre a vuestro servicio, tu amigo y consejero,

Cayo Cornelio Tácito

viernes, 16 de enero de 2009

Sin Darme Cuenta

Podrá parecer tonto esto que me atormenta; para muchos otros es cosa natural y lógica, pero a mi me tomó tan de sorpresa que no termino de asimilarlo. Fue apenas esta mañana que me di cuenta y no sé ni cuando ni como me pasó. Supongo que debí haber aceptado esta realidad hace mucho... pero la verdad me alcanzó de pronto y sin notarlo.
Tal vez sea porque me siento igual que antes, aunque no me vea igual que antes. Y que me sienta igual no es el problema, el problema es que sigo en la misma situación que antes. Tantos años después y sigo con mis mismas penas, mis mismos sueños, mis mismos problemas y mis mismas pobrezas. Ahora, tras lo que pasó esta mañana en el banco, he empezado a tener miedo; eso no es igual, es diferente… pero no es bueno.
Parecía un día normal. Me levanté temprano y cuando entré a la agencia del banco esta estaba desierta; como cosa rara no había esa larga cola de clientes esperando para ser atendidos. De manera automática me dirigí a la ventanilla más cercana, esa que hace poco habilitaron para atender a las mujeres embarazadas, las personas discapacitadas y los ancianos; “Para nuestros Ciudadanos de Oro” se leía en un cartel sobre la ventanilla.
-Buenos días, señorita. –Dije mientras sonreía a la simpática muchacha al otro lado del mostrador de madera. ¿No hay problema si cambio mi cheque en esta ventanilla?
-Ninguno, caballero, para ustedes es. – Me contestó.
“¿Para ustedes…?”, pensé. Luego vi mi tenue reflejo sobre el vidrio de la ventanilla y observe con tristeza las marcadas arrugas de mi rostro y el ahora gris cabello; comprendí que ya por mis años el banco me incluía en su preferencial categoría de Ciudadano de Oro.
¿En que momento fue que me volví viejo? ¿En que momento me alcanzó la vida sin darme cuenta? Y ahora que el tiempo casi se me acaba me da miedo pensar en todo aquello que siempre pospuse y deje de hacer creyendo que después sería un mejor momento.