martes, 19 de mayo de 2009

Una noche de invierno en el hemisferio norte

La noche fue agitada y aún parece no querer terminar. La cita se ha extendido hasta horas de la madrugada. El reloj marca las dos y la oscuridad de la noche los cubre mientras el auto avanza cortando la tranquilidad de las calles, como un haz de luz entre las tinieblas, como un bólido solitario entre los parpadeantes luceros de los semáforos en intermitente.
La noche fue agitada, la música no se detuvo y los cuerpos bailaron bañados por las luces que brillaban en el cielo falso del local cual si fueran estrellas artificiales, ahora el cansancio los embarga y viajan a bordo del auto en el cual la llevará a casa para que luego él pueda retirarse a descansar.
Unos minutos después el auto se detiene frente a la casa de ella y a sus labios escapa aquella trillada frase:
-Mira que bella esta la noche, pueden verse todas las estrellas.
-Espera, te mostraré algo.
Parándose detrás de ella la hace levantar la vista para apreciar el cielo que en aquella calle poco iluminada se muestra en todo su esplendor.
-Mira –le dice mientras señala hacía el centro del cielo-, esa constelación se llama Orión, el cazador.
“En las noches de invierno Orión domina los cielos del hemisferio norte y sirve de guía para ubicar otras estrellas. Las estrellas del centro forman el cinturón de Orión, aunque algunos las llaman Las Tres Marías. La de la esquina, la brillante, se llama Betelgeuse y es cuatrocientas veces más grande que nuestro sol. Si alineas Betelgeuse con las estrellas del cinturón señalan a aquellos dos puntos brillantes: son Pólux y Castor, las cabezas de Géminis. Ahora, si alineas las tres estrellas del centro señalan a otra estrella ubicada a la derecha: esa es Aldebarán, el ojo de Tauro. Y más atrás, sobre el lomo de Tauro, hay un punto brillante, son las Pléyades; los griegos las llamaron así en honor a siete hermanas mitológicas, aunque son más de siete estrellas... en realidad es un cúmulo de doscientas cincuenta estrellas incubándose en una nube de gas. Otros las llaman El Rosario.
-¿Cómo es que sabes todo eso?
-Siempre me ha gustado observar las estrellas, desde que era niño. Mira y dime si no descubres algo nuevo en cada mirada.
-Lo qué veo es el milagro de la creación, que hay algo allá afuera que es tan grande que escapa a nuestra comprensión.
-Es como si en la profundidad del espacio se ocultara la respuesta a todos los misterios.
-Pero no es sólo el cielo, mi amor. También aquí percibo el milagro de la creación. Cierra los ojos, pon tu mano en mi pecho y siente el latir de mi corazón; siente como el aire entra por tu nariz e inundar tus pulmones, siento el frío viento acariciándonos el rostro... es como si todo nuestro ser vibrara con la misma fuerza que hace latir a las estrellas; dime si no es bello el milagro de poder despertar vivo cada día, dime si no es bello el milagro de compartir todas estas estrellas esta noche.
-Si, mi amor, es verdad. Pero más grande es el milagro de poder compartir todas las noches y todas las estrellas contigo.
-Entonces dejemos de entretenernos con las estrellas que se hallan tan lejos; mejor disfrutemos el milagro de amarnos aquí y ahora... y que el universo siga girando si se le da la gana.

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