domingo, 18 de enero de 2009

Resurrección

¿Por qué no me crees cuando te digo qué estoy vivo? ¿Por qué dudas de la palabra de tus hermanos cuando te dicen qué me han visto y han comido conmigo a mi mesa?
El que ves frente a ti no es un fantasma, es de carne y hueso aquel a quien tienes ante tus ojos. Muchos podrán creer qué he muerto porque han visto mi cuerpo escarnecido, pero no es así; he vuelto del valle de las sombras y de nuevo camino por la tierra, recorriendo caminos tantas veces acariciados por las ampollas de mis pies. ¿Acaso no puedes verme de pie ante tu puerta mientras llamo a la espera que me dejes pasar dentro? ¿Acaso no puedes verme en los rostros de todos aquellos qué te rodean? Aquí estoy yo, hollado, herido de muerte... pero más vivo qué nunca.
Cierto, cada miembro de mi ser ha experimentado el doloroso golpe del aguijón de la muerte; cada aldea, cada casa, cada familia, cada hombre... todos han sentido el acero de la espada y en todos ellos estaba yo. En cada viuda, en cada huerfano, en cada martir sacrificado regar la tierra con su sangre... en todos ellos estaba yo. Pero, aunque aquellos qué buscaban mi cabeza creen haber terminado con mi vida, yo seguiré recorriendo estos senderos de piedra por los siglos de los siglos; siempre qué haya esperanza yo seguiré aquí.
Puede qué alguna vez pensarás qué estaba muerto, pero no es así... nunca he muerto, siempre he vivido en el dolor y la alegría de mi pueblo. Ven a tocar las heridas en las palmas de todas mis manos, en la planta de todos mis pies, en todos mis costados; aqui estan los agujeros de los clavos, las heridas de la lanza... mete el dedo en ellas para ver qué son reales, déjame mostrarlas como evidencia de qué no soy un fantasma... que estoy vivo aún y aún más que antes.

Constructores de Pirámides

“La historia la hacen los pueblos,
quienes la escriben son los dueños
de la historiografía y del poder global.”
Francisco Márquez

Mi nombre, aunque no importe mucho, es Nefertis; soy jefe constructor y dirijo esta obra, este pequeño milagro solicitado por mi Faraón y que miles de hombres construyen con entrega y paciencia. Yo soy el capataz de todos aquellos que durante la inundación del divino Nilo abandonan los campos para laborar en esta magnífica obra, pero quien soy y quienes trabajan bajo mis órdenes son cosas que, como ya dije, no importan. Sólo importa la pirámide.
Piedra tras piedra, hombre tras hombre. Cortados en las canteras de esta rocosa meseta cada enorme bloque es acarreado sobre las brillantes arenas del desierto para ser colocado en el lugar que ocupará hasta el fin de los tiempos. Con calma y buen cálculo hemos nivelado y alineado la tierra del desierto para asentar sobre él la gran pirámide que mi señor ha mandado construir; todo ha sido escrupulosamente calculado, planeado según las indicaciones de los cuerpos del cielo para que (tras su muerte) la morada del cuerpo de mi señor imite su morada celestial, de esa forma alcanzará la gloria al lado de Isis y Osiris.
Y pasarán los siglos, pasará el tiempo y los hombres recordarán el nombre de mi señor; entonces él verdaderamente alcanzará la inmortalidad ofrecida por los dioses. Pero nadie pensará en nosotros, los verdaderos constructores de esta magnifica obra... pero así es como debe de ser.
Pasará el tiempo sobre la tierra, el viento barrerá las arenas, otros hombres vendrán de lejanas tierras y admirarán la pirámide. Esos hombres no entenderán que cada bloque ha sido unido al otro con sangre. Y aunque mi nombre no sea tan importante como el de Keops puedo decir que está escrito con sudor en todas esas piedras, de la misma forma en que está escrito el nombre de todos aquellos que las han arrastrado y colocado en su lugar.
Por que no es Keops quien construye la pirámide, sino nosotros, el pueblo sobre el cual descansa el poder del Faraón.

Plinio, El Joven

A Cayo Plinio Cecilio Segundo
Tribuno Militar de Siria

Querido Plinio:
Me es grato tener noticias vuestras después qué por tanto tiempo guardaras silencio. Soy consciente qué vuestras actividades como sacerdote del culto del Emperador y luego vuestro nombramiento para servir a la gloria de Roma en aquellas lejanas tierras os han mantenido ocupado; pero, si he de ser sincero, me hacía falta tener noticias de vuestra persona.
He leído con atención las cartas qué me habéis enviado y debo decir qué no tengo nada qué reprochar en la forma en qué habeís escrito vuestra crónica... excepto qué lo qué en ella describís me parece muy difícil de creer. No es qué desconfíe de vos, no me atrevería siquiera a sugerir tal idea. Mucho tiempo conocí a vuestro tío, Galio Plinio Segundo (incluso he tenido oportunidad de revisar parte del extenso tratado qué dedicó a nuestro tan querido y fallecido Emperador Tito) y por la amistad y confianza depositada en su persona y qué habéis heredado junto con todo lo qué era de él, no me atrevería a dudar de tu palabra. Es sólo qué todo lo qué expones es algo difícil de creer.
Con respecto a esto, y por si no os lo había dicho antes, lamento tanto como vos la muerte de tu querido tío en Estabiae; pero fuera de acompañarte en tu dolor, celebrar tus nuevos triunfos y aconsejarte como siempre lo he hecho, poco puedo hacer con estas cosas qué nos cuentas.
Claro, vos estabais allí. ¿Por qué dudar de tu palabra? Yo no tengo razón para hacerlo; pero creo qué pocos de nuestros conciudadanos tengan animo para creer lo qué cuentas. A muchos no les parecerá posible qué los Dioses permitan tal tipo de acontecimiento; incluso, a muchos les costará creer qué dichas fuerzas existan fuera de otro lugar qué no sea el Etna. Además debéis considerar qué muchas malas noticias han recibido los romanos en los últimos años lo qué los hace más propensos al circo y otras distracciones por el estilo qué a relatos como el qué vos realizáis sobre la destrucción de Pompeya y Herculano.
Tal vez después las gentes del pueblo romano estén más dispuestas a prestar atención a estos escritos vuestros. Si gloria y fama buscáis continua como hasta ahora al servicio del emperador y de Roma, seguid componiendo hermosos versos y continuad por el camino de la oratoria tan bien como hasta ahora; incluso, dedicaos a labores de noble estudio como lo hizo el otro Plinio. Quien sabe, y en un futuro a este tipo de horrores qué describes se les llame Plinianos... aunque no puedo asegurar desde ya qué os agrade la idea de asociar vuestro nombre con sucesos de tanta destrucción como la qué relatáis.
Espero escribíros pronto con noticias de lo qué sucede por estas tierras. Me despido quedando siempre a vuestro servicio, tu amigo y consejero,

Cayo Cornelio Tácito

viernes, 16 de enero de 2009

Sin Darme Cuenta

Podrá parecer tonto esto que me atormenta; para muchos otros es cosa natural y lógica, pero a mi me tomó tan de sorpresa que no termino de asimilarlo. Fue apenas esta mañana que me di cuenta y no sé ni cuando ni como me pasó. Supongo que debí haber aceptado esta realidad hace mucho... pero la verdad me alcanzó de pronto y sin notarlo.
Tal vez sea porque me siento igual que antes, aunque no me vea igual que antes. Y que me sienta igual no es el problema, el problema es que sigo en la misma situación que antes. Tantos años después y sigo con mis mismas penas, mis mismos sueños, mis mismos problemas y mis mismas pobrezas. Ahora, tras lo que pasó esta mañana en el banco, he empezado a tener miedo; eso no es igual, es diferente… pero no es bueno.
Parecía un día normal. Me levanté temprano y cuando entré a la agencia del banco esta estaba desierta; como cosa rara no había esa larga cola de clientes esperando para ser atendidos. De manera automática me dirigí a la ventanilla más cercana, esa que hace poco habilitaron para atender a las mujeres embarazadas, las personas discapacitadas y los ancianos; “Para nuestros Ciudadanos de Oro” se leía en un cartel sobre la ventanilla.
-Buenos días, señorita. –Dije mientras sonreía a la simpática muchacha al otro lado del mostrador de madera. ¿No hay problema si cambio mi cheque en esta ventanilla?
-Ninguno, caballero, para ustedes es. – Me contestó.
“¿Para ustedes…?”, pensé. Luego vi mi tenue reflejo sobre el vidrio de la ventanilla y observe con tristeza las marcadas arrugas de mi rostro y el ahora gris cabello; comprendí que ya por mis años el banco me incluía en su preferencial categoría de Ciudadano de Oro.
¿En que momento fue que me volví viejo? ¿En que momento me alcanzó la vida sin darme cuenta? Y ahora que el tiempo casi se me acaba me da miedo pensar en todo aquello que siempre pospuse y deje de hacer creyendo que después sería un mejor momento.