martes, 19 de mayo de 2009

Prologo de mayo

Fue hace algunos años cuando surgió la idea de esta recopilación, cuando el Colectivo Literario Histeresis se encontraba en pleno auge de sus actividades, la época en que nos reuniamos mensualmente a compartir y haciamos frecuentes lecturas de poesía. La idea era que cada miembro recopilara sus escritos en uno o dos libros que autofinanciaría y que con esas armas bajo el brazo nos lanzaramos a una quijotada; al final solo tres compañeros lograron publicar: Quique Soria, Renato Buezo y don Rodrigo Nieves; los giros de la vida nos hicieron dejar el proyecto de lado... por el momento. Pero muchos nos quedamos con algo avanzado en nuestro primer intento de un libro; otros miembros del grupo ya estaban aprestando las municiones.
Lo que presento en esta publicación de mayo es parte de los escritos que componían mi propio intento. El libro estaría complementado por 21 poemas que utilizan metaforas cósmicas para plantear situaciones existenciales (que tal vez incluya en otra ocasión) y otros dos relatos: Constructores de Píramides (que se incluye en mis publicaciones de enero 2009) y En el principio (que les compartire en proximas entregas).

Los aztecas

Sentí sobre mí la pesada mirada del profesor, entonces salí de mi letargo para darme cuenta que me señalaba con su dedo y me llamaba para pasar al frente. No pude haber sentido mas temor. Yo que me había arrebujado tratando de ocultarme para que no me llamara al frente del salón sólo había conseguido llamar su atención.
Ahora era mi turno de pararme frente a todos y tratar de responder a una pregunta cuya respuesta de seguro no conocía pues no había tocado los libros de historia en toda la noche por estar embebido en las estrellas que dibujaban su propia historia en los cielos. De seguro sacaría un enorme cero como premio a mi pereza y falta de aplicación en el estudio.
-Vamos a ver -dijo el profesor-, ¿que me puedes decir acerca de la historia de los aztecas?
No sé cómo pero empecé a hablar. Era como si supiera todo acerca de los aztecas, desde su partida de las tierras de Aztlán hasta su asentamiento en el gran lago de Tenochtitlán donde erigieron su magnifica ciudad flotante bajo el dominio de Azcapotzalco para luego convertirse en un eficiente imperio militar que fortalecieron mediante alianzas con los señoríos de Texcoco y Tacuba.
El profesor no podía creerlo, yo mismo no podía creerlo. Sólo respondió a mi exposición con una simple frase:
-Muy bien, tienes la nota mas alta. Puedes volver a tu asiento, Moctezuma.

Una noche de invierno en el hemisferio norte

La noche fue agitada y aún parece no querer terminar. La cita se ha extendido hasta horas de la madrugada. El reloj marca las dos y la oscuridad de la noche los cubre mientras el auto avanza cortando la tranquilidad de las calles, como un haz de luz entre las tinieblas, como un bólido solitario entre los parpadeantes luceros de los semáforos en intermitente.
La noche fue agitada, la música no se detuvo y los cuerpos bailaron bañados por las luces que brillaban en el cielo falso del local cual si fueran estrellas artificiales, ahora el cansancio los embarga y viajan a bordo del auto en el cual la llevará a casa para que luego él pueda retirarse a descansar.
Unos minutos después el auto se detiene frente a la casa de ella y a sus labios escapa aquella trillada frase:
-Mira que bella esta la noche, pueden verse todas las estrellas.
-Espera, te mostraré algo.
Parándose detrás de ella la hace levantar la vista para apreciar el cielo que en aquella calle poco iluminada se muestra en todo su esplendor.
-Mira –le dice mientras señala hacía el centro del cielo-, esa constelación se llama Orión, el cazador.
“En las noches de invierno Orión domina los cielos del hemisferio norte y sirve de guía para ubicar otras estrellas. Las estrellas del centro forman el cinturón de Orión, aunque algunos las llaman Las Tres Marías. La de la esquina, la brillante, se llama Betelgeuse y es cuatrocientas veces más grande que nuestro sol. Si alineas Betelgeuse con las estrellas del cinturón señalan a aquellos dos puntos brillantes: son Pólux y Castor, las cabezas de Géminis. Ahora, si alineas las tres estrellas del centro señalan a otra estrella ubicada a la derecha: esa es Aldebarán, el ojo de Tauro. Y más atrás, sobre el lomo de Tauro, hay un punto brillante, son las Pléyades; los griegos las llamaron así en honor a siete hermanas mitológicas, aunque son más de siete estrellas... en realidad es un cúmulo de doscientas cincuenta estrellas incubándose en una nube de gas. Otros las llaman El Rosario.
-¿Cómo es que sabes todo eso?
-Siempre me ha gustado observar las estrellas, desde que era niño. Mira y dime si no descubres algo nuevo en cada mirada.
-Lo qué veo es el milagro de la creación, que hay algo allá afuera que es tan grande que escapa a nuestra comprensión.
-Es como si en la profundidad del espacio se ocultara la respuesta a todos los misterios.
-Pero no es sólo el cielo, mi amor. También aquí percibo el milagro de la creación. Cierra los ojos, pon tu mano en mi pecho y siente el latir de mi corazón; siente como el aire entra por tu nariz e inundar tus pulmones, siento el frío viento acariciándonos el rostro... es como si todo nuestro ser vibrara con la misma fuerza que hace latir a las estrellas; dime si no es bello el milagro de poder despertar vivo cada día, dime si no es bello el milagro de compartir todas estas estrellas esta noche.
-Si, mi amor, es verdad. Pero más grande es el milagro de poder compartir todas las noches y todas las estrellas contigo.
-Entonces dejemos de entretenernos con las estrellas que se hallan tan lejos; mejor disfrutemos el milagro de amarnos aquí y ahora... y que el universo siga girando si se le da la gana.

A través de la noche

Sábado por la noche, una de esas noches en que no importa que no nos quedemos dormidos sino hasta tarde, hasta la madrugada... no importa, mañana ninguno de los dos tiene por que levantarse temprano y hoy podemos no dormir si se nos da la gana.
Regresaste tarde del trabajo, estabas cansado y (como suele pasarte en esos agotadores días de fin de mes) no tenías ganas de cenar, al menos nada que fuera pesado... para mí era mejor, no tenía muchas ganas de cocinar. Lo único que querías era recostarte, descansar y ver un poco de televisión mientras dormitabas sobre la cama; yo sabía que (como suele pasarnos en esos agotadores días de fin de mes) lo que menos íbamos a hacer era dormir.
No hace una hora que estamos acá, tú y yo sobre la cama, a media luz mientras la televisión emite figuras cuyo resplandor danza por las paredes de la habitación. No hace una hora, tú y yo sobre la cama, tus labios sobre los míos, tus manos sobre mi cuerpo, mientras esa película que ya hemos visto antes (y que esta vez volvimos a ver porque no había nada más interesante) sigue proyectándose en la pantalla. Otra vez amándonos de esta manera, liberando el estrés de la rutina a través de esta entrega... otra vez muriendo bajo el peso de tu cuerpo mientras te clavo las uñas en la espalda, amándote a través de la noche. Luego el sueño.
Apagada la televisión, apagada la luz y apagada la pasión; descorridas las cortinas, sólo ilumina la habitación la luz de la luna que penetra por la ventana. La luna, esa luna que veo desde el lugar donde estoy recostada, con mi cabeza sobre tu brazo, esa luna que juega a esconderse tras las nubes como la mujer caprichosa en ropa interior que tienta a su amado insinuando su belleza sin mostrarla por completo. Esa luna, ese astro que me recuerda las veces en que te espero con esa coqueta ropa interior de encaje que tanto te gusta, esas veces en que jugamos a no ser más que amantes. Pero no importa, incluso la luna no importa... solo importa que te tengo a mi lado.
Puedo sentirte, sentir tu respiración sobre mi cabello revuelto y tu boca tan cercana a mi cuello. Puedo sentirte contra mí, tu cuerpo contra el mío, tus brazos rodeándome y tu mano sobre mi vientre presionando con dulce sutileza. Puedo sentir tu calor y saberme segura entre tus brazos, sentir que puedo ser quien soy sin tener que fingir nada, sin tener que ocultar nada porque para ti no hay nada sobre mi que sea secreto. Puedo sentirme tan bien estando contigo.
Entonces me doy vuelta, me doy vuelta para poder abrazarte, para poder estrecharte con fuerza y clavarte un beso grande en la boca, para jugar con el cabello de tu nuca como siempre me ha gustado hacerlo. Entonces despierto. Te busco sobre la cama y no te encuentro, busco tu calor y no lo siento. Descubro que estoy sola en la habitación y que todo lo anterior no fue más que un sueño. Entonces recuerdo. Recuerdo que no estas, que te has ido.
Es cierto, casi lo había olvidado... te fuiste. No es que quisieras irte pero tuviste que alejarte, no es que quisiera dejarte ir pero tuve que hacerlo. Ahora esa dulce sensación de estar entre tus brazos no es más que un lindo recuerdo porque tu no estas, me dejaste... te he perdido.

Una sábana hecha de firmamento

Ya es de noche. El cielo se pinta claro y despejado, todo de un tono azul oscuro que da paso a las hermosas estrellas que con su luz alumbran el firmamento. A lo lejos, en un apartado rincón, se escucha salir una pequeña melodía arrulladora interpretada por un grillo enamorado que le canta a la luna. Los sueños comienzan a cobrar vida.
“Buenas noches, hijo. Que sueñes con los angelitos.” Los niños comienzan a soñar su cuento favorito, otros empiezan a crear sus propios cuentos. “A la cama, niño, recuerda que mañana tienes que levantarte temprano para ir a la escuela.”
Pero un poco más allá, en medio de aquella hermosa noche, se encuentra otro niño. Este no tiene mamá, ni quien le cuente una historia o le cante una canción de cuna, no tiene una cama donde reposar o una pequeña sábana con la que se pueda cubrir del frío. Este es el niño más querido de las estrellas y el ser infinito esta noche llora por él, y le tendrá como sábana todo un firmamento y su canción de cuna será interpretada por aquel grillo enamorado de la luna.