miércoles, 29 de julio de 2009

Prologo de julio

Hace un mes fue mi cumpleaños numero 28. Es la edad a la que murio Kurt Cobain, Jim Morrison y, si no estoy mal, Alejandro Magno; todos ellos vivieron rapido y murieron jovenes, pero dejaron un gran legado... imagino que como ellos deben de haber muchos más.
Viendo hacia atras veo que que si bien he tenido pequeños logros a nivel personal no he hecho nada que tenga un impacto significativo para la sociedad. ¿Significa esto que he desperdiciado mis 28 años de vida en este planeta? Talvez sea que, sencillamente, mi labor va a tomarme mucho más tiempo; ya lo decia un amigo mio, esto de ser escritor es profesión de viejos... espero en Dios que asi sea. El tiempo y la historia nos diran, aunque ya no estemos fisicamente para verlo, si hemos triunfado o fracasado en el intento.
Mientras tanto no queda sino esperar, pero la espera debe ser activa y no de brazos cruzados, como suele decir Eduardo Salazar (mi compañero de Comunidad Solidaridad). Respecto de la espera, este mes comparto un poema de despecho y dos relatos que espero sean de su agrado.

Te esperé

Hoy, todo el día te esperé.
Te esperé en las mismas calles
que juntos soliamos recorrer,
te espere en atrios, en portales,
en los centros comerciales,
y la gente parecía ignorar
el dolor de mi tonto caminar.

Mañana, tarde y noche te esperé;
te esperé en tantos restaurantes
junto a tantas tazas de café,
te esperé entre sueños y recuerdos,
harto de verte en cada rostro
y cansado de clamar tu nombre.

Te esperé durante mucho tiempo,
más allá del límite de la paciencia,
más allá del límite de mi ser...
Pero ya no habré de hacerlo más.

Ahora ya no te espero, ya no más,
ya no me importa lo que hagas;
ven por mí, si así lo quieres,
ven a buscarme al lugar de siempre
si algún día quieres volverme a ver.

lunes, 27 de julio de 2009

Obituario

La vida (si es que aún se le podía llamar así a este trozo de existencia) se ha tornado tan corriente y rutinaria.
Ya hace algún tiempo que el pánico lo invade cada vez que el despertador suena por las mañanas; ahora, esa loca espera de lo inevitable le hace cada vez más difícil tomar la decisión de apartar las viejas sábanas, salir de la desvencijada cama y dirigirse a la ducha para que el agua fría escupida por la oxidada cañería lo devuelva a la cruda realidad. Como ya es su costumbre, da inicio a la rutina de combinar las ahora escasas prendas de ropa, vestirse con cuidado para que la camisa no pierda la apariencia de impecable planchado, pasar el cepillo a los zapatos hasta sacar a los mismos un brillo aceptable y anudar la corbata (siempre usa corbata) aunque después afloje el nudo para no sentirse aprisionado por la misma. Y mientras realiza aquel ritual de arreglo personal repasa algunos de los últimos incidentes, sobre todo piensa en uno que le trae especiales preocupaciones: la noche anterior la casera se ha puesto necia sobre las mensualidades atrasadas y le ha dado un últimatum.
Ya lleva él algunos meses con aquella existencia de ermitaño, escondido en lo más recóndito del centro de la urbe y, aunque aún puede disponer de algunos fondos, no es prudente gastar el dinero en demasía, aunque cubrir el alquiler debiera de tener cierta prioridad... al menos de estas cuestiones básicas debe cuidarse. Sin embargo, a pesar de estar consciente la necesidad de aquel discreto escondite ahora que los antiguos amigos le han dado la espalda y no tiene a donde ir, ha procurado extender al máximo el crédito que la dueña de la casa se había visto obligada a concederle. Qué se joda la señora de la casa y espere todavía un poco más por el alquiler.
Pensándolo mejor, incluso el ser tan cuidadoso con el dinero parece estúpido. En esta situación no tiene ya importancia ni el ahorro ni la acumulación de bienes, pero la economía (al igual que el buen cuidado personal) es un hábito adquirido que ya no puede dejar atrás.
Toma su vieja chaqueta y, con cuidado de no hacer ruido al cerrar la puerta de su pequeño y miserable cuartucho, sale al pasillo y procede a bajar con cautela las escaleras, luego se dirige a la puerta de salida procurando no encontrarse con la casera.
Sin abrir por completo la puerta, se asoma con cuidado a la calle y revisa que no venga nadie sospechoso por la acera, tal y como hace todas las mañanas mientras la ciudad despierta a su agitado trajín. Tras unos segundos de vigilar a las figuras ya conocidas y desconfiar de las desconocidas, escurre todo el bulto de su cuerpo fuera de la casa de huéspedes y enfila hacía la esquina, allí un vendedor de diarios desamarra los fardos de papeles recién dejados por los camiones repartidores de los diferentes medios escritos.
Al llegar frente al vendedor introduce su mano al bolsillo y saca un par de monedas, pide al vendedor una copia del diario de mayor circulación que, por consecuencia de su éxito comercial, suele tener mayor cantidad de anuncios que los otros para suplantar la ausencia de verdaderas noticias. Después de todo: ¿Qué pueden publicar los diarios que fuera verdaderamente novedoso?
Una vez pagado el diario se salta las páginas hasta la sección de obituarios y recorre cada uno de los nombres consignados en aquella lista de personas fallecidas. Revisa los recuadros de las notas de defunción por segunda vez y siente una tranquilidad indescriptible al comprobar que su propio nombre aún no figura allí. Entonces exhala un suspiro de alivio y piensa que puede, al menos, vivir este día con calma. La orden aun no ha sido dada.
Dejando atrás al vendedor inicia su caminar sin rumbo a través de la ciudad para pasar el día vagando hasta que la noche llegue y no quede más que regresar al cuartucho en la casa de huéspedes a esperar otro amanecer, para ver como pasa el tiempo mientras llega el momento en qué vengan a matarlo.

La Espera

“Estén vigilantes, porque no saben
cuándo regresará el dueño de casa.”
Mc.13-35


Cinco y media de la tarde. Aun es temprano y el parqueo del restaurante esta casi vació por lo que encontrar un buen lugar no es cosa difícil. Se supone que la cita es a la seis, he llegado media hora antes de lo acordado; tendré que esperar un rato a que llegue mi amiga.
Algo me inquieta, ese guardia de seguridad parado a la entrada del restaurante parece verme de una forma extraña. ¿Será que me habré parqueado mal? Parece que no. Lo mejor será pretender no haberme dado cuenta de aquella extraña vigilancia y actuar con toda la naturalidad posible, incluso saludar al dichoso guardia cuando pase a su lado. Sin embargo no fue necesario esperar, el guardia se acercó para hablar primero.
-Buenas tardes, caballero. ¿Usted espera a alguien?
-De hecho, si.
-Usted disculpe. Es que hace poco paso un señor ya mayor pregunto si no había venido un joven delgado, algo alto, con lentes, en un auto azul... ¿No es a usted a quien buscaba dicho caballero?
La descripción dada por el guardia encajaba con mi descripción… pero seguramente tambien encajaba con la descripción de muchas otras personas.
-Pues, para ser sincero, si tengo que reunirme con alguien, pero no es con ningún señor... es con una amiga.
-Bueno... disculpe usted la molestia, joven.
-No se preocupe. Buena tarde.
No podía negar que se sentía algo extraño con aquella situación. No dejo de pasar por su mente que tal vez alguien si lo estuviera buscando y él no lo supiera... claro que aquella suposición resultaba ridícula.
Ya dentro del restaurante busco una mesa para dos en un lugar apartado, un espacio discreto sin estar escondido. En una mesa cercana descansaba una edición del periódico de aquella mañana; a falta de algo mejor en que matar el tiempo decidí repasar las noticias. Pasando las páginas me parece tonto leer el periódico de la mañana a esta hora de la tarde; de por sí al momento de ser impresas esas noticias ya habían dejado de serlo, se habían convertido en parte de la historia… así de efímera es la vida humana. Nada novedoso entre aquellas páginas: guerras, odio, hambre, corrupción, violencia, crisis economica, avances tecnologicos… es como si la ancestral historia de la humanidad se repieta dia tras dia.
Después de revisar los encabezados y releer las noticias que habían llamado mi atención consulto de nuevo el reloj. Cinco minutos para la seis. Conociendo a mi amiga es probable que no se aparezca por aquí sino hasta uno minutos después de la hora acordada; aun tendre que esperar un buen rato. Tal vez sea mejor ordenar una taza de café, un capuccino, para entretener los minutos que quedaban por esperar.
Cuando el café llegó ya pasaban de las seis de la tarde. Esta mala costumbre de llegar siempre temprano a las citas en este país donde todos acostumbran llegar siempre tarde.
Mientras el humo del café se eleva para perderse en el aire, me entretengo observando a través de la ventana del restaurante. La hora pico del transito. Más allá del marco de la ventana se extiende el pequeño estacionamiento en donde, entre otros, descansa mi auto; más allá corre un pequeño muro a cuyos pies crece una paupérrima línea de grama; más allá corre la acera de la calle y sobre ella corren varias docenas de personas, otras tantas esperaban de pie en la esquina donde parab los buses del transporte urbano. Supuse que entre aquel mar de gente podria adivinar el rostro bañado en sudor de mi amiga que se apresuraba en llegar a nuestra reunión, pero no logre vislumbrarlo entre la multitud; tal vez sea buen hora para llamarla y comprobar que este en camino.
Escucho el teléfono timbraba al otro lado de la linea, los timbrazos se repeten pero nadie responde. Que extraño.
El capuchino se enfria lentamente en la taza, las páginas del periódico se han agotado y cada vez menos gente pasando a lo lejos. Pasan los minutos de la espera. Una hora llevo ya en este lugar. Empiezo a preguntarse si vale la pena seguir esperando a la dichosa amiga que ni se apare, ni llama para avisar sobre su atraso, ni responde al teléfono. Es como si se escondiera, como si no fuera a aparecer. Bueno... después de todo, fui yo quien concerte la cita. Lo lógico es que sigua esperando otro rato y ver en que entretengo la mente.
Por las bocinas instaladas discretamente en el cielo falso del restaurante se escucha la música de la misma estación de radio que sintonizan en la oficina donde trabajabo. Todos los días escucho, involuntariamente, aquella estación, al punto que ha terminado gustándome la música ochentera que allí transmiten. No es mala compañía mientras sigo sentado en esta mesa de restaurant otro rato.
Transcurren más de quince minutos, minutos se han acumulado a la anterior hora de divagaciones. Son casi las siete, debo entender que mi amiga no asistirá a esta informal reunión. Posiblemente me llame por la noche para disculparse, entonces tendré que hacerme el ofendido durante un rato para terminar aceptando reunirme con ella otro día. Para qué preocuparme más.
Me disponía a regresar a su casa cuando un caballero se sentó a mi mesa, enfrente de mí, con la soltura y confianza de alguien a quien se espera con ansiedad.
-Buenas tardes, espero que perdones la tardanza.
Quede inmutado por unos segundos. No me parece conocer a este caballero de cabello cano y fuerte complexión que se sienta frente a mí. Las facciones me recuerdan a aquellos artistas españoles, o de ascendencia española, que solía ver en las viejas películas a blanco y negro. Sin embargo, y a pesar de todo lo que pudiera recordarme aquel fuerte anciano embutido en su bien cortado traje gris, no me pareció haber visto antes a aquel hombre.
-¿Disculpe...?
Terminando de acomodarse en la silla el anciano me lanzo una mirada que parecía decir muchas cosas y que en realidad no decía nada. Entonces volvió a hablar:
-Espero que no estés molesto por la tardanza. Ya sé que me tarde un poco... bueno, tal vez si me tarde bastante... lo importante es que aquí estoy.
-Disculpe, caballero... en realidad yo esperaba a una amiga. Tenía una cita con ella aquí pero no se ha aparecido. ¿No me estará confundiendo con alguien más?
-No, no es asi. Creo que tú eres quien esta confundido.
-No entiendo.
-¿Que acaso no has sido tu quien ha llamado por mí? ¿Que no eres tú quien me ha pedido venir tantas veces? ¿No has sido tu quien ha estado dispuesto a tanto desde hace tanto tiempo?
Fue como si me fulminara un rayo, como el cielo entero hubiera caído sobre mí y me aplastara contra la silla. ¿Qué importaba todo lo demás? ¿Qué importaba cualquier tonta cita, cualquier tonta espera? ¿Qué importaba todo el tiempo y todo aquello que me habia tocado vivir? Todo había sido una excusa, allí estaba aquello por lo que tantas veces había pedido. La espera de toda una vida había terminado.
-¿Entonces, estas listo?
-No estoy seguro.
Una sola frase salió de sus labios antes que ambos salieramos del restaurante, una sola frase me hizo salir en pos de los pasos del anciano, una simple frase, un simple: “Ven. Levántate y sígueme.”