domingo, 18 de enero de 2009

Plinio, El Joven

A Cayo Plinio Cecilio Segundo
Tribuno Militar de Siria

Querido Plinio:
Me es grato tener noticias vuestras después qué por tanto tiempo guardaras silencio. Soy consciente qué vuestras actividades como sacerdote del culto del Emperador y luego vuestro nombramiento para servir a la gloria de Roma en aquellas lejanas tierras os han mantenido ocupado; pero, si he de ser sincero, me hacía falta tener noticias de vuestra persona.
He leído con atención las cartas qué me habéis enviado y debo decir qué no tengo nada qué reprochar en la forma en qué habeís escrito vuestra crónica... excepto qué lo qué en ella describís me parece muy difícil de creer. No es qué desconfíe de vos, no me atrevería siquiera a sugerir tal idea. Mucho tiempo conocí a vuestro tío, Galio Plinio Segundo (incluso he tenido oportunidad de revisar parte del extenso tratado qué dedicó a nuestro tan querido y fallecido Emperador Tito) y por la amistad y confianza depositada en su persona y qué habéis heredado junto con todo lo qué era de él, no me atrevería a dudar de tu palabra. Es sólo qué todo lo qué expones es algo difícil de creer.
Con respecto a esto, y por si no os lo había dicho antes, lamento tanto como vos la muerte de tu querido tío en Estabiae; pero fuera de acompañarte en tu dolor, celebrar tus nuevos triunfos y aconsejarte como siempre lo he hecho, poco puedo hacer con estas cosas qué nos cuentas.
Claro, vos estabais allí. ¿Por qué dudar de tu palabra? Yo no tengo razón para hacerlo; pero creo qué pocos de nuestros conciudadanos tengan animo para creer lo qué cuentas. A muchos no les parecerá posible qué los Dioses permitan tal tipo de acontecimiento; incluso, a muchos les costará creer qué dichas fuerzas existan fuera de otro lugar qué no sea el Etna. Además debéis considerar qué muchas malas noticias han recibido los romanos en los últimos años lo qué los hace más propensos al circo y otras distracciones por el estilo qué a relatos como el qué vos realizáis sobre la destrucción de Pompeya y Herculano.
Tal vez después las gentes del pueblo romano estén más dispuestas a prestar atención a estos escritos vuestros. Si gloria y fama buscáis continua como hasta ahora al servicio del emperador y de Roma, seguid componiendo hermosos versos y continuad por el camino de la oratoria tan bien como hasta ahora; incluso, dedicaos a labores de noble estudio como lo hizo el otro Plinio. Quien sabe, y en un futuro a este tipo de horrores qué describes se les llame Plinianos... aunque no puedo asegurar desde ya qué os agrade la idea de asociar vuestro nombre con sucesos de tanta destrucción como la qué relatáis.
Espero escribíros pronto con noticias de lo qué sucede por estas tierras. Me despido quedando siempre a vuestro servicio, tu amigo y consejero,

Cayo Cornelio Tácito

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